MI PRIMERA VEZ
Este relato está dedicado a mi primera tripulación
Para todo en esta vida siempre hay una primera vez
Hace ya algunos años, en los albores de este siglo, decidí que para poder dar la vuelta al mundo, idea que me ronda desde los 15 años, tenía, al menos, que sacarme una titulación náutica y aprender a navegar.
Al año de tener el PER y sin haber navegado más que las correspondientes prácticas de motor y las de vela que, aparte de consolidar mi concepto del velero como vehículo perfecto, me abrieron las puertas a este maravilloso mundo, llegué a la conclusión de que o alquilaba un barco o nunca estrenaría mi flamante titulación.
Tras las primeras indagaciones descubrí que lo que yo quería era hacer chárter.
Con esta idea en la cabeza me armé de valor y tomé la decisión.
Haciendo gala de todas mis dotes de persuasión seduje a la futura tripulación, todos amigos y vecinos de Leganés menos yo que, desde hacía unos años, me encontraba por Sevilla.
El plan era alquilar, perdón, chartear en Cádiz o Huelva y recorrer la costa portuguesa hasta el cabo de San Vicente
Una mañana a principios de Septiembre estábamos, toda la tripulación, en Rota, en la cafetería del puerto deportivo esperando al armador de nuestro próximo compañero de aventuras, un flamante Ro 340 de nombre Alondra II.
Cuando llamé a Juan, el armador, resultó ser el señor al que le sonó el teléfono al lado de la barra y todos nos reímos por lo cómico de la situación.
Tras las presentaciones y algún momento divertido como cuando Juan, contando anécdotas de anteriores clientes, nos comentaba que había tenido tripulaciones que “hasta habían llevado una guitarra” y le tuvimos que confesar que Jaime era músico y nunca viajaba sin una, embarcamos.
Todos eramos amigos, al menos, desde la adolescencia menos Ruth, que la acababa de conocer, una chica menuda, agradable, vivaz y siempre dispuesta que era la pareja de Alberto, alto y estilizado con semblante serio y buen compañero.
Natalia era delgada, tenía una mirada inteligente detrás de sus gafas de pasta y un libro siempre entre las manos. Por aquel entonces trabajaba en las oficinas del Corte Inglés y era la pareja de Miguel Angel, el artista del grupo, dibujante, ilustrador, pintor, diseñador gráfico…... ¡todo creatividad! y al que cariñosamente le apodamos Morta que es el apocope de Mortadelo, su apodo.
Miguel Angel lucía barriga cervecera, pelo largo, frente despejada y unas pequeñas gafas ovaladas con montura metálica
Jaime, como ya he dicho, es guitarrista, alto, fuerte y con melena rizada por la cintura. Se ganaba la vida trabajando en mercamadrid vendiendo marisco.
Gabriel soy yo, Gabi para los amigos, el más gordo y grande del grupo, con perilla y una larga coleta de pelo negro, sobrevivía gracias a una modesta empresa de construcción de gasoductos y tenía el sueño de navegar.
Hechas las presentaciones sigo con el relato.
Sobra decir que, aparte de mis prácticas, la experiencia de todos no pasaba de coger el ferry.
Esta circunstancia no se la había ocultado en ningún momento a Juan ni nuestra intención de ir al cabo de San Vicente y, si era posible, doblarlo.
Siempre fui sincero al respecto, con mi falta de experiencia no era capaz de valorar la envergadura de la empresa y buscaba que Juan, de ser muy ambiciosa, me parase los pies.
No solo no intentó disuadirnos sino que, presto a ello, nos ayudó a planificar la ruta y nos recomendó los puertos y destinos a visitar
Los dos primeros días habíamos quedado en que Juan nos acompañara y nos enseñase los pormenores del barco, así que, después de ver la ubicación de chalecos, bengalas, grifos de fondo, funcionamiento del wc y demás dotación., zarpamos.
Éramos todo oídos mientras, saliendo por la bocana. Juan nos explicaba cual iba a ser la próxima maniobra, “abrir el lazy bag, soltar el amantillo, aproarnos al viento y …… “,de repente nos paramos en seco, todos nos miramos con cara de asombro.
¡Habíamos varado! ¡vaya manera de estrenarnos!.
La marea estaba baja y al haber salido por la bocana rectos, paralelos a la playa, en vez de virar a estribor hacia mar abierto nos habíamos quedado sin sonda.
Inmediatamente Juan dio marcha atrás y salimos sin ninguna dificultad.
Todos respiramos aliviados, estábamos al lado de la bocana y esta vez sí que lo hicimos bien.
Izamos la mayor, desenrollamos el Génova y paramos el motor.
¡Estábamos navegando!
Nuestra Alondra volaba por la bahía de Cádiz con 15 nudos de viento, libre de elegir su rumbo y su destino, ¡era casi mágico!.
Juan, aparte de un magnífico anfitrión, resultó ser un gran instructor. Ceñidas, viradas, portantes, trasluchadas, toma de rizos, navegar con la mayor o solo con el Génova, quedarse al pairo, trimar… Era increíble toda la información que estábamos recibiendo y no podíamos menos, que sentir vértigo al vislumbrar el apasionante mundo al que se nos había abierto una ventana, la navegación a vela.
Cuando atracamos y Juan se despidió de nosotros hasta la mañana siguiente, estábamos eufóricos, no nos salían las palabras para describir las emociones que sentíamos, solo proferíamos suspiros y expresiones cursis que resultaban ridículas en este grupo de melenudos.
Indudablemente nos sentíamos perfectamente capaces de llegar al fin del mundo con aquel velero, pero no supimos como decirle a Juan que no nos hacía falta un segundo día de clases, así que, por la mañana, ahí estaba a la hora acordada, fiel a su compromiso.