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Versión completa: Mi primera vez
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Hace algún tiempo escribí el relato de la primera vez que patroneé un barco que, como siempre había deseado, se trataba de un velero. Los que lo han leído me animan a compartirlo pero yo dudo de mis cualidades literarias, siempre he sido de ciencias y, la verdad, las letras siempre las he tenido atravesadas pero como esto es un foro náutico y no literario me he animado a compartir esa primera experiencia con vosotros. Sed compasivos conmigo por favor. 
Como el relato es un poco extenso he decidido ir publicándolo poco a poco y así dar pie a las preguntas y comentarios que suscite y no hacerlo demasiado denso. Así que me limitaré a publicar un día de la aventura cada vez.
 Espero que os guste  Brindis
MI PRIMERA VEZ
 
Este relato está dedicado a mi primera tripulación
 
Para todo en esta vida siempre hay una primera vez
 
Hace ya algunos años, en los albores de este siglo, decidí que para poder dar la vuelta al mundo, idea que me ronda desde los 15 años, tenía, al menos, que sacarme una titulación náutica y aprender a navegar.
Al año de tener el PER y sin haber navegado más que las correspondientes prácticas de motor y las de vela que, aparte de consolidar mi concepto del velero como vehículo perfecto, me abrieron las puertas a este maravilloso mundo, llegué a la conclusión de que o alquilaba un barco o nunca estrenaría mi flamante titulación.
 Tras las primeras indagaciones descubrí que lo que yo quería era hacer chárter.
Con esta idea en la cabeza me armé de valor y tomé la decisión.
Haciendo gala de todas mis dotes de persuasión seduje a la futura tripulación, todos amigos y vecinos de Leganés menos yo que, desde hacía unos años, me encontraba por Sevilla.
El plan era alquilar, perdón, chartear en Cádiz o Huelva y recorrer la costa portuguesa hasta el cabo de San Vicente
Una mañana a principios de Septiembre estábamos, toda la tripulación, en Rota, en la cafetería del puerto deportivo esperando al armador de nuestro próximo compañero de aventuras, un flamante Ro 340 de nombre Alondra II.
Cuando llamé a Juan, el armador, resultó ser el señor al que le sonó el teléfono al lado de la barra y todos nos reímos por lo cómico de la situación.
Tras las presentaciones y algún momento divertido como cuando  Juan, contando anécdotas de anteriores clientes, nos comentaba que había  tenido tripulaciones que “hasta habían llevado una guitarra” y le tuvimos que confesar que Jaime era músico y nunca viajaba sin una, embarcamos.
Todos eramos amigos, al menos, desde la adolescencia menos Ruth, que la acababa de conocer, una chica menuda, agradable, vivaz y siempre dispuesta que era la pareja de Alberto, alto y estilizado con semblante serio y buen compañero.
Natalia era delgada, tenía una mirada inteligente detrás de sus gafas de pasta y un libro siempre entre las manos. Por aquel entonces trabajaba en las oficinas del Corte Inglés y era la pareja de Miguel Angel, el artista del grupo, dibujante, ilustrador, pintor, diseñador gráfico…... ¡todo creatividad! y al que cariñosamente le apodamos Morta que es el apocope de Mortadelo, su apodo.
Miguel Angel lucía barriga cervecera, pelo largo, frente despejada y unas pequeñas gafas ovaladas con montura metálica
Jaime, como ya he dicho, es guitarrista, alto, fuerte y con melena rizada por la cintura. Se ganaba la vida trabajando en mercamadrid vendiendo marisco.
Gabriel soy yo, Gabi para los amigos, el más gordo y grande del grupo, con perilla y una larga coleta de pelo negro, sobrevivía gracias a una modesta empresa de construcción de gasoductos y tenía el sueño de navegar.
Hechas las presentaciones sigo con el relato.
Sobra decir que, aparte de mis prácticas, la experiencia de todos no pasaba de coger el ferry.
Esta circunstancia   no se la había ocultado en ningún momento a Juan ni nuestra intención de ir al cabo de San Vicente y, si era posible, doblarlo.
 Siempre fui sincero al respecto, con mi falta de experiencia no era capaz de valorar la envergadura de la empresa y buscaba que Juan, de ser muy ambiciosa, me parase los pies.
No solo no intentó disuadirnos sino que, presto a ello, nos ayudó a planificar la ruta y nos recomendó los puertos y destinos a visitar
Los dos primeros días habíamos quedado en que Juan nos acompañara y nos enseñase los pormenores del barco, así que, después de ver la ubicación de chalecos, bengalas, grifos de fondo, funcionamiento del wc y demás dotación., zarpamos.
Éramos todo oídos mientras, saliendo por la bocana. Juan nos explicaba cual iba a ser la próxima maniobra, “abrir el lazy bag, soltar el amantillo, aproarnos al viento y …… “,de repente nos paramos en seco, todos nos miramos con cara de asombro.
¡Habíamos varado! ¡vaya manera de estrenarnos!.
 La marea estaba  baja  y al haber salido por la bocana rectos, paralelos a la playa, en vez de virar a estribor hacia mar abierto nos habíamos quedado sin sonda.
Inmediatamente Juan dio marcha atrás y salimos sin ninguna dificultad.
Todos respiramos aliviados, estábamos al lado de la bocana y esta vez sí que lo hicimos bien.
Izamos la mayor, desenrollamos el Génova y paramos el motor.
¡Estábamos navegando!
Nuestra Alondra volaba por la bahía de Cádiz con 15 nudos de viento, libre de elegir su rumbo y su destino, ¡era casi mágico!.
 Juan, aparte de un magnífico anfitrión, resultó ser un gran instructor. Ceñidas, viradas, portantes, trasluchadas, toma de rizos, navegar con la mayor o solo con el Génova, quedarse al pairo, trimar…  Era increíble toda la información que estábamos recibiendo y no podíamos menos, que sentir vértigo al vislumbrar el apasionante mundo al que se nos había abierto una ventana, la navegación a vela.
Cuando atracamos y Juan se despidió de nosotros hasta la mañana siguiente, estábamos eufóricos, no nos salían las palabras para describir las emociones que sentíamos, solo proferíamos suspiros y expresiones cursis que resultaban ridículas en este grupo de melenudos.
Indudablemente nos sentíamos perfectamente capaces de llegar al fin del mundo con aquel velero, pero no supimos como decirle a Juan que no nos hacía falta un segundo día de clases, así que, por la mañana, ahí estaba a la hora acordada, fiel a su compromiso.
Más, más, más  Cunao Brindis
El segundo día de navegación fue delicioso. Ya estábamos seguros con las maniobras y,  mientras practicábamos con los nudos, Juan nos seguía deslumbrando con sus conocimientos náuticos.
Pasamos frente a la base naval de Rota donde pudimos ver los buques militares que allí moraban, entre ellos el portaaviones Príncipe de Asturias. Seguimos navegando hasta el Puerto de Sª María donde comimos y nos bañamos  y ya por la tarde regresamos a Rota.
¡Ya eramos libres!
Supongo que Juan, después de dejarnos, se fue a poner una vela a la virgen del Carmen, pero a nosotros nos embargaba el espíritu de Magallanes y estábamos ávidos por descubrir nuevos mundos.
Habíamos planificado la ruta y al día siguiente iríamos a Mazagón donde haríamos noche.
Alberto y Miguel estaban en el camarote de proa, Natalia y Ruth en el salón, una a cada banda y Jaime y yo en el camarote de popa. Una cocina según se entra a babor y el servicio a estribor completaban la distribución .
No podía dormir pensando en la jornada del día siguiente cuando, en ese momento, rompió el silencio un sonoro ronquido, Jaime y yo apenas podíamos contener la risa, pues tan desproporcionado era el volumen y tan altos los decibelios que todo retumbaba.
Cuando Alberto Chistó a Miguel ya no pudimos contener más el ataque, ¿si el volumen era insoportable en popa como no sería al tenerlo al lado?, salimos a la bañera llorando de risa donde nos desahogamos jocosos.
Al fin pudimos conciliar el sueño tras cambiar a Miguel de posición.
Desatracamos, es increíble la buena maniobrabilidad que tiene este velero navegando de popa, con diferencia el mejor de los que he llevado que, para mi pesar, no han sido tantos.
No os podéis imaginar la amplitud de mi sonrisa cuando salía por la bocana, a la rueda, con mi intrépida tripulación esa mañana de Septiembre.
Como podéis adivinar nos sentíamos unos avezados marinos, seguros de nosotros, navegando hacia poniente y dispuestos a comernos el mundo y bebernos el mar.
No íbamos a rumbo en ningún momento, 5, 10, 20, 30 grados a babor y otro tanto a estribor y vuelta a empezar.
A unos se les daba mejor que a otros la rueda pero, quien más quien menos, se equivocaba con el compás intentando hacer girar el rumbo hacia la aguja, así que le dejamos la responsabilidad al piloto automático.
¡Qué maravilla! Antes de que mis sentidos pudiesen percibir que nos salíamos de rumbo, el piloto ya había rectificado manteniéndolo  asombrósamente estable.
Natalia apareció con unos aperitivos que todos aplaudimos y, acompañados de buena música y bebida fría, pasamos el día navegando hacia nuestro destino.
Las condiciones eran óptimas y la costa, en la lejanía, se antojaba plana y monótona
Tardamos una eternidad desde que avistamos las boyas del canal de entrada a la ría de Huelva  hasta  que llegamos a ellas. Estaba ya anocheciendo y, en la distancia, no éramos capaces de determinar cual era la primera puerta. Al acercarnos todo quedó claro
Llegamos al canal, arriamos las velas y entramos a motor en la ría.
En cuanto entramos, el espigón Juan Carlos I nos protegió del mar de fondo, pero a esa hora la corriente de marea era fuerte y avanzábamos lentamente.
A 2 nudos de GPS nos fuimos acercando al puerto deportivo de Mazagón, este puerto lo conocía, había sido el destino de las prácticas de vela y, en frente, en el espigón, había ido a pescar varias veces con no demasiada fortuna.
Pegados a la boyas verdes fuimos remontando la ría hasta el canal secundario que desembocaba en nuestro destino pero, al final de este, había un mamotreto enorme fondeado justo delante del puerto, con sus 4 boyas de anclaje iluminadas y mucho más grandes que nosotros.
Si lo rodeábamos por estribor corríamos el peligro de no poder pasar entre el mamotreto y el espigón del puerto, así que decidimos hacerlo por babor que fue la decisión acertada.
 En ese momento era un manojo de nervios, el primer atraque, el mamotreto delante, las boyas que aumentaban el área a esquivar y aparte de los barcos fondeados, en cuanto lo rodeamos, estábamos tan pegados a la orilla que pensé que íbamos a varar pero, por fin entramos por la bocana a puerto.
La maniobra de atraque la había estado estudiando, teníamos portulanos, derroteros, fotografías aéreas, el plotter y lo había repasado 100 veces.
Todos sabían lo qué había que hacer. Ya habíamos colocado las defensas por la banda que íbamos a atracar. Las amarras de proa y popa estaban cogidas a las cornamusas y pasadas por delante del guarda-mancebos.
Jaime se encargaría de lanzar la amarra de proa.
Miguel saltaría primero para amarrar la proa y frenar el barco en caso de necesidad.
 Alberto saltaría después y se encargaría de asegurar la popa.
 Ruth, con la defensa más grande, era la encargada de interponerla en caso de colisión.
Natalia, con el bichero, tenía que separarnos de cualquier obstáculo y yo, aparte de la rueda, le daría a Alberto la amarra de popa.
¡La maniobra salió perfecta.!
 Habíamos completado nuestra primera singladura, eramos un equipo, el mejor equipo y el sentimiento de gozo nos invadía.
Tras una reconfortante ducha, con agua caliente infinita en las instalaciones del puerto, pudimos comprobar que suelo y paredes se movían rítmicamente y nos impedían mantener una posición fija. Volvimos al barco dando traspiés, el movimiento no cesó hasta que regresamos a la bañera de nuestro velero.
Cenamos de primero una deliciosa  sopa de sobre que nos asentó el cuerpo y embutido variado de segundo.
Aprovechamos el divertido mareo de tierra para tomarnos unas copas en los animados locales del puerto y después, en la bañera, la tertulia duró hasta altas horas.
Coincido en que no hay nada como ese primer día que pruebas la vela a plenitud y ves como la nave se encabrita con el viento y reacciona a la caña. Es como magia.

El relato esta muy bien. Quizás te sugeriría que en vez de escribir frases una detrás de otra lo estructurases en diferentes párrafos por comodidad y estética visual, pero el estilo narrativo nos esta gustando. 

Continua por favor.
Pingüino no se si entiendo lo que quieres decir, ya confesé que las letras no son lo mio Cunao . Supongo que te refieres a la puntuación y ahí necesito asesoramiento y estoy abierto a todas las sugerencias y tutoriales que podáis darme  Gracias
(17-02-2020, 12:15 AM)Nerderel escribió: [ -> ]Pingüino no se si entiendo lo que quieres decir, ya confesé que las letras no son lo mio Cunao . Supongo que te refieres a la puntuación y ahí necesito asesoramiento y estoy abierto a todas las sugerencias y tutoriales que podáis darme  Gracias

Hola Smile

Creo que pinguino se refiere (resumiendo para uno de ciencias Big Grin) que menos puntos y aparte y párrafos más largos... Wink

O no... Cunao

Saludos y Brindis
(16-02-2020, 10:57 PM)pinguino escribió: [ -> ]Coincido en que no hay nada como ese primer día que pruebas la vela a plenitud y ves como la nave se encabrita con el viento y reacciona a la caña. Es como magia.

El relato esta muy bien. Quizás te sugeriría que en vez de escribir frases una detrás de otra lo estructurases en diferentes párrafos por comodidad y estética visual, pero el estilo narrativo nos esta gustando. 

Continua por favor.
Iba a decir más o menos lo mismo.
Bier
(17-02-2020, 11:51 AM)Parazoa escribió: [ -> ]Hola Smile

Creo que pinguino se refiere (resumiendo para uno de ciencias Big Grin) que menos puntos y aparte y párrafos más largos... Wink

O no... Cunao

Saludos y Brindis

... Y separando los párrafos con 1 línea libre, que creo que es lo que decía también Pingüino. Puestos a pedir...

Por ejemplo:

Cita:El segundo día de navegación fue delicioso. Ya estábamos seguros con las maniobras y,  mientras practicábamos con los nudos, Juan nos seguía deslumbrando con sus conocimientos náuticos.

Pasamos frente a la base naval de Rota donde pudimos ver los buques militares que allí moraban, entre ellos el portaaviones Príncipe de Asturias. Seguimos navegando hasta el Puerto de Sª María donde comimos y nos bañamos  y ya por la tarde regresamos a Rota.

Pero no te cortes, Gabi, que va bene...
Brindis
Lo de usar el bichero para separar obstáculos no es demasiada buena idea. Es muy instintivo, pero no puedes apartar un barco con ello. A cambio, corres el riesgo de romperlo y que se lesione la persona que lo lleva.
Efectivamente, es un vicio que desarrollan los que empiezan con barcos de 24 pies o menores, mas para atraerse al barco de al lado que para parar el impulso.

Son incontables las lesiones por no "curarse" del impulso de usarlo en barcos, por ejemplo, de 12 m, y muchos mas los daños producidos por contar con el.

El bichero no es una defensa.
Lo intentaré y agradezco las críticas constructivas. Nunca es tarde para aprender y, si alguien se anima, le doy permiso para editar, puntuar y presentar correctamente y así, lo reitero, aprender  Gracias
(17-02-2020, 12:31 PM)iperkeno escribió: [ -> ]Efectivamente, es un vicio que desarrollan los que empiezan con barcos de 24 pies o menores, mas para atraerse al barco de al lado que para parar el impulso.

Son incontables las lesiones por no "curarse" del impulso de usarlo en barcos, por ejemplo, de 12 m, y muchos mas los daños producidos por contar con el.

El bichero no es una defensa.
Como bien dices nada de bichero , lo mejor son  unas buenas boyas redondas para amortiguar y seguir con la dirección , sobre todo en atraques
En mi defensa diré que lo del bichero me lo enseñaron así y ya había una persona encargada de la defensa redonda. De lo que se trataba es de que todos tuviésemos un rol a bordo, de participar y estar integrado en el grupo. Ya descubrí que el bichero no es tan fácil de usar como parece pero ese es uno de sus cometidos en los atraques y desatraques empujar o tirar  Nosabo . A mi me ha servido muchas veces pero reconozco que hay que usarlo con cabeza para no tener accidentes.
Por la mañana nos despertó un TACTACTACTAC. Era el mamotreto, en realidad un planchón, clavando los pivotes que guiarían los nuevos pantalanes que se estaban construyendo. Como era imposible seguir durmiendo nos desperezamos, fuimos a desayunar y, mientras unos compraban hielo, bebidas, pan y demás refrigerios para afrontar el nuevo día, yo me encargué de conseguir unos nuevos aparejos de pesca, un pulpo de silicona y una rapala que, según me prometieron, iban a pescar todo lo que hubiese en el mar. También compré una carta náutica, no oficial, que comprendía desde el Estrecho al cabo de San Vicente y que,  por la parte de atrás, además tenía todos los portulanos de los puertos deportivos que abarcaba. Una verdadera joya de carta.
 
Zarpamos, la maniobra resultó perfecta, nos dirigimos a la bocana cantando todos a coro “sóldadito marinero...” de Fito & Fitipaldis al son de la guitara de Jaime. ¡Ese día prometía!
En cuanto salimos del puerto lanzamos las cañas con los nuevos señuelos y nos dirigimos, pegados a la boya roja, hacia el final del espigón. Íbamos atentos a la radio esperando escuchar el securité, securité que diese paso a la información meteorológica. La teníamos que grabar y escuchar varias veces para conseguir comprender lo que nos estaban diciendo, al parecer vientos de fuerza 3 a 4 del ENE y olas de ½ metro y, además, las siguientes previsiones también eran buenas. Eso nos tranquilizaba porque no sabíamos si en Portugal podríamos recibir esta información en español o tendríamos que traducirla del portugués.
 
 Navegábamos a 5 nudos hacia Vilamoura, nuestro siguiente destino. En la bañera estaba sonando buena música y, cual romería, no faltaban las bebidas y los aperitivos cuando alguien preguntó ¿Qué día es hoy?. No conseguíamos ponernos de acuerdo, ¡era imposible que solo llevásemos tres días y estuviésemos empezando el cuarto!. Al echar la vista atrás, la intensidad de la experiencia y las emociones vividas nos confundía. En tres días sentíamos haber hecho más cosas que en el resto del año Nos sentíamos vivos, dueños de nuestro destino, absolutamente libres y solo estábamos en el ecuador de nuestra aventura, camino a lo desconocido.
 
Navegábamos esquivando las numerosas boyas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, estas tenían un cabo atado que picaba hacia el fondo perdiéndose de vista en las transparentes aguas. Supusimos que marcaban nasas o ánforas pulperas y estuvimos tentados de levar alguna pero nos abstuvimos, no queríamos quitarle el pan a nadie Por la banda de estribor fuimos dejando atrás Punta Umbría, El Rompido, Isla Cristina… Llegamos al Guadiana y pusimos la bandera de cortesía portuguesa que, desde ese momento, hondeó junto a la bandera pirata que habían confeccionado Miguel y Natalia y que lucía como nuestro estandarte. El júbilo se apoderó de nosotros ¡estábamos en aguas de Portugal! Aquí las boyas pasaron a ser garrafas, trozos de poliespan, botellas de refresco o cualquier otra cosa que flotase
 
El carrete sonó frente a la isla de Tavira, nos precipitamos hacia las cañas y las recogimos apresuradamente. El pulpo solo traía un par de patas de menos, pero en la rapala había enganchado un hermoso ejemplar de pez aguja de unos 40 cm. Lo introdujimos a la bañera y en dos aletazos volvió al mar, zafado de los anzuelos y dejándonos cara de tontos. No volvimos a pescar nada en toda la travesía aunque el pulpo seguía perdiendo patas.
 
Era ya noche cerrada, la costa estaba llena de luces y nos impedía distinguir las de entrada a puerto, varias veces las habíamos confundido con lo que resultaron ser semáforos. Las olas nos sorprendían desde la oscuridad y yo me quejaba por no haber madrugado más cuando, por la amura de estribor, distinguimos claramente una luz roja y otra verde que no podían indicar otra cosa que nuestro destino y hacia allí arrumbamos.
Estando a menos de media milla bajé a la cabina para volver a echarle un vistazo al plotter.
Al darle al zoom descubrí que ¡ese no era nuestro puerto!,¡ todavía nos quedaba 1 milla e íbamos directos a no se donde!. Corrí presto a cubierta y todos observaron sorprendidos como maniobraba hacia babor alejándome de la costa. Logramos distinguir la negra muralla que, detrás de la luz roja, dibujaba el espigón que dejábamos por estribor. ¡Ahora sí! Íbamos directos a la bocana. Llamamos al puerto para pedir atraque y nos indicaron que nos dirigiéramos al muelle de espera. Todos conocían su rol y, con el poco viento que había y lo abrigado del puerto, volvimos a realizar un atraque perfecto.
 
Poco después llegaba por la bocana un bonito velero de pabellón francés. Yo admiraba la maestría con la que estaban entrando lentamente a vela y como, ya dentro de puerto, con gracilidad y elegancia  las arriaban. Tras varios intentos infructuosos de arrancar el motor dejaron caer el ancla a escasos 50 metros de nosotros.  Inmediatamente apareció un marinero con una neumática, que  remolcó hasta nuestra popa el averiado velero. Le ayudamos a atracar y sus tripulantes nos explicaron que habían liado un cabo en la hélice que les impedía usar el motor y que, por la mañana, lo liberarían y continuarían viaje. Debían haber enganchado una de las numerosas boyas, concluimos. Esa noche aprendí que el motor no es tan importante en un velero.
 
La música de discotecas y terrazas llenaba la noche, el puerto hervía de actividad. La ostentación y el lujo se respiraba en el ambiente. En los escaparates, los pantalones vaqueros, lucían escandalosos precios por encima de mil euros. Al lado de la entrada de las duchas estaban aparcados en batería, de forma consecutiva, un Bentley deportivo, un Lamborghini Gallardo y un Mercedes SLR Mc. Laren. Todos ellos eran coches de ensueño y estaban rodeados por una nube de turistas haciendo fotos. Nos unimos a ellos y todos nos retratamos con esas maravillas de la ingeniería y el diseño. Afortunadamente en el puerto no todo tenía precios prohibitivos y aprovechamos para comprar algún recuerdo y algunos regalos.  En una tienda de artesanía de cristal localicé un curioso artefacto con aspecto de experimento antiguo. Se trataba de una burbuja de cristal parecida a una copa, con un pié de color verde. Contenía un delicado molino en equilibrio sobre su eje en el centro de la burbuja en una peana del mismo cristal y que, con unas aspas negras brillantes por un lado y mates por el otro, empezaba a girar cuando incidía luz sobre el. Cuanta más luz más velocidad. No pude resistirme a comprarlo y desde que regresé luce elegante en el salón de la casa de mis padres. Era todo muy lujoso y espectacular pero como tampoco era ese el ambiente que nos apetecía,  regresamos a cenar a nuestro  velero que, por cierto, estaba en el centro de ese micro mundo.
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