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Un personaje - y una lección de la vida.
#1



Hace unos cuantos años, me presentaron a Gregorio en Cojimar, - un pequeño pueblo de pescadores cercano a La Habana- . Aquel hombre enjuto y curtido que había inspirado la novela de Hemingwey “el viejo y el mar”, había nacido en Lanzarote en los años veinte. Sentado a su lado, dejándonos impregnar del tibio sol de la tarde, observando  los restos de aparejo enredados pensé que de igual modo, allí se entrecruzaban los  hilos de nuestras vidas. 

Como Gregorio había nacido en una orilla diferente a la que después fui a vivir. Fui engendrado en un crucero de la emigración, naci en Montevideo y acabe volviendo con mi familia a Galicia. Mi padre trabajaba en el puerto y todos los días la primera noticia que leía en el periódico de la barbería de la esquina, eran las entradas y salidas de mercantes, colmados de mercancías exóticas y con destinos a todos los continentes. En el puerto se podía ganar dinero si te apuntabas - a los del dedo- si era:  como en las películas. Te presentabas en un portalón de madrugada cuando había muchos barcos y te nombraban a dedo. Abrías las tolvas o pasabas eslingas. Ganabas un buen dinero que sumado al estraperlo te resolvían el mes. Llegaban barcos con grano o carne congelada de Argentina, melaza de Cuba, o cacahuetes de Estados Unidos.

Mi abuelo materno había trabajado en Cuba y a brazo desnudo cortando caña, trajo Los cuatro chavos que permitió a mi familia salir de la miseria. De allí escuchaba historias increíbles de desafíos entre hombres de Mar, fortunas ingentes y también grandes desgracias.

Gregorio y yo, éramos personajes de ida y vuelta como otros muchos que me encontré por mis viajes por Latinoamérica. Poco tiempo después leí que le habían vuelto a conceder la nacionalidad española. Por haber nacido en Uruguay yo mantengo la doble nacionalidad. ¿ porque no había una nacionalidad latinoamericana ? Sería lo más justo para millones como Gregoio y yo - pensé -

Los marinos que arribaban al puerto eran mis héroes, además de saber manejar aquellas moles de hierro, de enfrentarse a los temporales, conocían sitios muy distantes y diferentes. El estraperlo era una muestra de su libertad, podían tener libros y bebidas que estaban fuera de nuestro alcance. Eran también muy cultos, porque en las largas estancias abordo, la lectura y la conversación era lo único disponible para matar el tiempo 

Uno de ellos me regaló un sextante que todavía conservo y un ejemplar del “el viejo y el mar “. Lo leí de un tirón y me quedò una sensación agridulce porque descubrí que detrás de aquella épica de la lucha contra la naturaleza portentosa, había muchas historias de frustración y fracaso. 

En el mar en general y en la Nautica en particular, he visto muchos Santiagos ( el personaje de la novela que se  inspira en Gregorio). gente con voluntad de hierro que después de una lucha titánica solo vuelve a la playa con las espinas.

He visto a muchos esclavizados  por su imagen social, por la necesidad de autoestima, por el reconocimiento de la comunidad de navegantes. 

Por eso cada vez que escucho a alguien que cuenta su proyecto como si se juramentarse, veo a Guillermo desfalleciendo en su batalla contra el pez, luchando a brazo partido  contra los tiburones.

Y si puedo yo les digo: 

lo que nos enseña “ El viejo y el mar “ es que un marinero no pierde su dignidad aunque los tiburones se coman su trofeo. 

No importa a donde llegues, no es relevante si a tu destino han arribado miles antes que tú, lo importante es que has luchado y tú trofeo es esa lucha, al margen del resultado que obtengas de ella.

No se si muchos se darán por aludidos. Espero que algunos me entiendan. En aquellos días en que conocí a Gregorio me agasajaron con algunos honores y me sentí obligado a estar a la altura. Ahora soy más libre porque ni siquiera me preocupa traer las espinas a la playa.

Os dejo este vídeo que resume con dibujos la historia De Gregorio - Santiago en la novela.

El problema que aqueja al mundo es que los necios y los fanáticos siempre están seguros de sí mismos, mientras que los sabios siempre están llenos de dudas.                           Bertrand A. W. Russell


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