Supongo que es muy difícil observar con amplitud el presente y el pasado, pero hay que procurar hacerlo o caer en el riesgo de decir cosas falsas.
Por poner un ejemplo sobre el artículo del tal Domènech, mis recuerdos apuntan a que en 1966, cuando yo tenía 13 años, asistía a un colegio concertado y cursaba 3º de bachillerato. Existían 2 clases de 33 alumnos cada una; total 66 niños. Tres años más tarde, cursando 6º de bachiller, éramos tan sólo 19 alumnos. ¿Dónde habían ido a parar los otros 47? Respuesta: algunos a cursar una enseñanza parecida a la FP que se llamaba "Comercio", que los preparaba en teoría para ser administrativos de segunda clase y, otros, a trabajar en cuanto cumplían los 14 en lo que fuera para ayudar con sus ingresos a la flaca economía familiar. Aún no se hablaba de fracaso escolar.
Dos tercios de la población (por lo menos) no podía pagar una visita al dentista ni, mucho menos, una ortodoncia, unas plantillas para corregir los pies planos o un campamento de verano para sus hijos -como no fuera alistándolos en la OJE, que era la copia de la Hitler Jügend española. Es verdad que mascábamos chicles Bazooka, Chupa-chups, Peta Zs y demás elementos azucarados que eran baratísimos y tal vez por eso a los 20 años el 60% de los jóvenes tenía caries y había perdido algún diente.
Prefiero no entrar a valorar la conducta e influencia de la Iglesia Católica. Hay recuerdos que dan asco.
La menstruación de las niñas era casi un trauma cuando se producía. El destino de las féminas era la bayeta, la cocina y parir cada año una criatura, a no ser que se abstuviesen de tener vida sexual, ya que hasta los condones eran una mercancía mal considerada y que sólo se conseguía en tiendas de barrios marginales.
En resumen, no nos engañemos a nosotros mismos: el país de nuestra infancia y primera juventud era una mierda para casi todos. Lo único bueno es que éramos jóvenes y no sabíamos que existía un mundo mejor.
Tal vez sí que acabamos tarados de algún modo. Acostumbrados a hacer lo que nos mandaban sin poder pensar en ello, a riesgo de que la GC o la poli te diera una paliza, nos hemos hecho viejos y obedientes, aunque rezongones, esperando que las autoridades nos guíen por el camino recto. Por eso, ahora que el mundo es afectado por una enfermedad desconocida y contra la que no se sabe muy bien qué es lo mejor que se puede hacer, nos invade el desconcierto y derivamos hacia las conspiraciones y las rebeliones "de boquilla". Además, nuestra lamentable formación tampoco nos permite forjarnos una idea clara de qué es un virus, cómo se transmite y cuál es la importancia real del índice de riesgo de contagio.
Menos mal que el virus sólo nos ataca a nosotros, los viejos, que tal vez ya hace tiempo que sobramos en este escenario.