20-02-2020, 03:53 PM
Era domingo y ese día no nos despertaron las obras del puerto, desayunamos cerca del medio día en un ¿bar? en la segunda planta del edificio que albergaba los locales. Los dueños eran de Zamora o de León, una pareja simpática con la que hicimos buenas migas y que terminaron invitándonos a unas tapas de cecina de su tierra antes de irnos a comer.
Ruth nos había preparado unas patatas “revolconas”. Es un plato típico de la zona de Avila a base de patatas, pimentón y torreznos ,que ya conocía porque mi madre es de un pequeño pueblo de allí aunque en mi familia le llamábamos “patatas meneás”. Estaban deliciosas y dimos buena cuenta de ellas.
Antes de zarpar Ruth y Natalia se acercaron a por unos mojitos al bar de nuestros nuevos amigos. El plan era remontar el Odiel unas millas dirección Huelva, amarrarnos a una boya que nos habían recomendado y desde allí, pasar toda la tarde pescando. Nuestra asignatura pendiente.
Llevábamos unos 40 minutos ría arriba a motor y ya habíamos dado buena cuenta de los mojitos. Jaime, para variar, amenizaba con la guitarra cuando apareció Alberto con el semblante serio. “Ruth está sufriendo una crisis de ansiedad” nos dijo con nerviosismo y desapareció inmediatamente camino del camarote para atenderla. Se hizo el silencio, Ahora podíamos escuchar la fuerte respiración, entrecortada y jadeante de nuestra amiga pasándolo mal. Todos los ojos se clavaron en mi. Reaccione de inmediato. Aunque no conocía este tipo de crisis, comprendí que se trataba de una emergencia. Viré en redondo y di más gas para volver lo antes posible a puerto mientras Iba dictando a Natalia el procedimiento de comunicación por radio.
Nos pusimos en contacto con la marina, les explicamos la situación y le pedimos que llamasen a una ambulancia y que estuviese esperándonos en media hora en el puerto. Permanecimos a la escucha mientras deshacíamos el camino andado. Tras unos interminables minutos escuchamos la llamada de la marina. Malas noticias. No se cual sería el motivo pero nos dijeron que la ambulancia tardaría por lo menos dos horas en llegar, así que cambiamos el requerimiento por un taxi.
-Alondra II, Alondra II, aquí marina Mazagón ¿me recibe? Esta vez había mejores noticias. El capitán de la patrullera que había en el puerto se encontraba, fuera de servicio, en uno de los locales y tras conocer la emergencia, se había brindado a ayudarnos. Estaría esperándonos con su vehículo cuando llegásemos. Se puso en contacto con nosotros por radio y nos propuso venir a nuestro encuentro y trasladar a Ruth en su embarcación. Valoré la situación, nos encontrábamos a 15 o 20 minutos del destino y poco tiempo podíamos ganar, así que, aunque la reitró, desestimé su oferta.
Era una situación de emergencia y el atraque teníamos que efectuarlo lo más rápido posible. El muelle de espera, a babor, estaba despejado para nosotros. En el se encontraba el capitán, de paisano, y dos marineros. Detrás de ellos había un nissan patrol verde y blanco de la guardia civil.
Realizamos la maniobra de atraque cual equipo de regatas. Alberto subió con Ruth en brazos, respiraba nerviosamente y tenía las manos agarrotadas en una posición poco natural. En un abrir de ojos se estaban alejando en el todo terreno Ruth, Alberto y Miguel junto con nuestro buen samaritano. El grito de la sirena se iba perdiendo a lo lejos denunciando la urgencia del momento. El resto de la tripulación nos quedamos preocupados, a la espera de noticias y terminamos de llevar al alondra II a la plaza de amarre.
Ruth iba acostada en el asiento de atrás. Alberto estaba a su lado atendiéndola. Miguel, en el puesto del copiloto, apenas podía sujetarse al asiento. Habían entrado, chillando rueda, en una calle estrecha de dirección prohibida y se dirigían a toda velocidad hacia el ambulatorio con todas las sirenas encendidas. El capitán resultó ser el mismo que la tarde anterior nos había preguntado por nuestro destino.
Al fin recibimos noticias esperanzadoras, la habían puesto unas inyecciones y se encontraba en observación.
Estábamos en la playa de poniente cuando los vimos aparecer. Ruth, a pesar de los calmantes, venía dando volteretas por la arena como si nada hubiese pasado. De hecho no recordaba lo ocurrido.
Nos quedamos pescando Miguel y yo mientras los demás volvían al barco. Al fin logré capturar un hermoso “robalo”. Había picado cuando, desde la orilla de la playa, recogiendo, estaba a punto de recuperar el aparejo que había lanzado hacía unos minutos sin éxito. La captura me había dado ánimos y me quedé todo el tiempo que pude pescando que no fue mucho. En apenas 15 minutos había tenido 8 picadas y no veas si picaban ¡me estaban comiendo los mosquitos! y tuve que salir huyendo, buscando refugio en el Alondra.
El capitán se había acercado a interesarse por la evolución de Ruth. Como todo estaba bien acabamos contándole nuestra aventura. Se llevaba las manos a la cabeza, no entendía como no nos había pasado nada antes y nos confesaba que ellos tres, en la patrullera de 18 metros, en apenas tres días ya se evitaban por el barco. Nosotros no le entendíamos a el
Jaime preparó la lubina a la espalda que estaba deliciosa. Después de cenar aprovechamos todo lo que pudimos la última noche embarcados.
Ruth nos había preparado unas patatas “revolconas”. Es un plato típico de la zona de Avila a base de patatas, pimentón y torreznos ,que ya conocía porque mi madre es de un pequeño pueblo de allí aunque en mi familia le llamábamos “patatas meneás”. Estaban deliciosas y dimos buena cuenta de ellas.
Antes de zarpar Ruth y Natalia se acercaron a por unos mojitos al bar de nuestros nuevos amigos. El plan era remontar el Odiel unas millas dirección Huelva, amarrarnos a una boya que nos habían recomendado y desde allí, pasar toda la tarde pescando. Nuestra asignatura pendiente.
Llevábamos unos 40 minutos ría arriba a motor y ya habíamos dado buena cuenta de los mojitos. Jaime, para variar, amenizaba con la guitarra cuando apareció Alberto con el semblante serio. “Ruth está sufriendo una crisis de ansiedad” nos dijo con nerviosismo y desapareció inmediatamente camino del camarote para atenderla. Se hizo el silencio, Ahora podíamos escuchar la fuerte respiración, entrecortada y jadeante de nuestra amiga pasándolo mal. Todos los ojos se clavaron en mi. Reaccione de inmediato. Aunque no conocía este tipo de crisis, comprendí que se trataba de una emergencia. Viré en redondo y di más gas para volver lo antes posible a puerto mientras Iba dictando a Natalia el procedimiento de comunicación por radio.
Nos pusimos en contacto con la marina, les explicamos la situación y le pedimos que llamasen a una ambulancia y que estuviese esperándonos en media hora en el puerto. Permanecimos a la escucha mientras deshacíamos el camino andado. Tras unos interminables minutos escuchamos la llamada de la marina. Malas noticias. No se cual sería el motivo pero nos dijeron que la ambulancia tardaría por lo menos dos horas en llegar, así que cambiamos el requerimiento por un taxi.
-Alondra II, Alondra II, aquí marina Mazagón ¿me recibe? Esta vez había mejores noticias. El capitán de la patrullera que había en el puerto se encontraba, fuera de servicio, en uno de los locales y tras conocer la emergencia, se había brindado a ayudarnos. Estaría esperándonos con su vehículo cuando llegásemos. Se puso en contacto con nosotros por radio y nos propuso venir a nuestro encuentro y trasladar a Ruth en su embarcación. Valoré la situación, nos encontrábamos a 15 o 20 minutos del destino y poco tiempo podíamos ganar, así que, aunque la reitró, desestimé su oferta.
Era una situación de emergencia y el atraque teníamos que efectuarlo lo más rápido posible. El muelle de espera, a babor, estaba despejado para nosotros. En el se encontraba el capitán, de paisano, y dos marineros. Detrás de ellos había un nissan patrol verde y blanco de la guardia civil.
Realizamos la maniobra de atraque cual equipo de regatas. Alberto subió con Ruth en brazos, respiraba nerviosamente y tenía las manos agarrotadas en una posición poco natural. En un abrir de ojos se estaban alejando en el todo terreno Ruth, Alberto y Miguel junto con nuestro buen samaritano. El grito de la sirena se iba perdiendo a lo lejos denunciando la urgencia del momento. El resto de la tripulación nos quedamos preocupados, a la espera de noticias y terminamos de llevar al alondra II a la plaza de amarre.
Ruth iba acostada en el asiento de atrás. Alberto estaba a su lado atendiéndola. Miguel, en el puesto del copiloto, apenas podía sujetarse al asiento. Habían entrado, chillando rueda, en una calle estrecha de dirección prohibida y se dirigían a toda velocidad hacia el ambulatorio con todas las sirenas encendidas. El capitán resultó ser el mismo que la tarde anterior nos había preguntado por nuestro destino.
Al fin recibimos noticias esperanzadoras, la habían puesto unas inyecciones y se encontraba en observación.
Estábamos en la playa de poniente cuando los vimos aparecer. Ruth, a pesar de los calmantes, venía dando volteretas por la arena como si nada hubiese pasado. De hecho no recordaba lo ocurrido.
Nos quedamos pescando Miguel y yo mientras los demás volvían al barco. Al fin logré capturar un hermoso “robalo”. Había picado cuando, desde la orilla de la playa, recogiendo, estaba a punto de recuperar el aparejo que había lanzado hacía unos minutos sin éxito. La captura me había dado ánimos y me quedé todo el tiempo que pude pescando que no fue mucho. En apenas 15 minutos había tenido 8 picadas y no veas si picaban ¡me estaban comiendo los mosquitos! y tuve que salir huyendo, buscando refugio en el Alondra.
El capitán se había acercado a interesarse por la evolución de Ruth. Como todo estaba bien acabamos contándole nuestra aventura. Se llevaba las manos a la cabeza, no entendía como no nos había pasado nada antes y nos confesaba que ellos tres, en la patrullera de 18 metros, en apenas tres días ya se evitaban por el barco. Nosotros no le entendíamos a el
Jaime preparó la lubina a la espalda que estaba deliciosa. Después de cenar aprovechamos todo lo que pudimos la última noche embarcados.
Gabi para los amigos