Mensajes: 6.268
Temas: 44
Registro en: Sep 2018
Agradecimientos otorgados: 94
Recibió 3576 agradecimiento(s) en 2075 mensaje(s)
Hace unos días vi un documental titulado “Mi maestro el Pulpo”. Se trata de un cineasta submarino, retirado un tiempo para recuperarse del estrés de sus años de trabajo. Vive en una casa idílica en Sudáfrica al lado de la costa de algas. Comienza a bucear sin ningún traje de neopreno y establece una relación con un pulpo que le induce a visitarlo cada día durante casi un año.
Entonces resurgió de mi memoria profunda un recuerdo de algo semejante que yo viví en mis tiempos de eficaz depredador submarino allá por los años 70.
Era un viernes de un día nublado de abril. La bajamar coincidía justo con el tiempo prescrito de espera de la digestión. En aquella época se llevaba muy a rajatabla estas creencias populares. Como iba diciendo, era un día nublado de abril a eso de las 4 de la tarde y en bajamar. Esto permitía acceder a huecos submarinos que con la pleamar son más difíciles de conseguir.
En una de las tantas inmersiones en busca del codiciado objeto para arponear, observe un pulpo que se movía sobre las rocas. Pensé que hace tiempo que no como pulpo, así que cambié la dirección de mi inmersión y me dirigí al pulpo. Supongo que los movimientos que hacemos los humanos sumergidos deben ser muy parecidos a los que haría un elefante en una tienda de porcelana, ya que el pulpo se escondió en un hueco de la roca. Me acerque, metí mi mascara de buceo, seguida de mi cabeza lo máximo posible en el hueco, y ahí estaba el pulpo, quieto y mimetizado. Metí la mano para sacarlo, lo toque, lo cogí, sentí sus tentáculos en mi mano y pensé en el pulpo a la gallega que cenaría esa noche, no sin escuchar antes lo improperios que diría mi madre, ya que no le gustaba cocinar el pulpo.
Cuando me vienen estos recuerdos de mi madre cocinera, compradora, organizadora, levantadora de niños por la mañana y mas actividades impagadas, no solo con dinero si no con agradecimientos emocionales, veo como ha cambiado la sociedad en estos 50 años que han pasado. Y no quiero comentar que para mejor o para peor, sino solo eso, que ha cambiado y que ha evolucionado. Al fin y al cabo, todo es relativo y lo que era bueno y normal antes, ahora no lo es.
Volviendo al pulpo. La situación era que yo estaba sumergido con mi brazo en el hueco de una roca con el pulpo agarrado con la mano. Era algo que ya había hecho muchas veces, el siguiente paso es sacar el pulpo e inmediatamente darle la vuelta al manto mientras se sube a la superficie para meterlo en el saco de red que siempre se lleva por si acaso se coge un pulpo.
Aquel viernes nublado de abril iba a ser diferente, el brazo estaba tan atascado que no salía del hueco. Por mas que tiraba, notaba como los punzantes apéndices biológicos de la roca se clavaban en mi carne. Y no penséis que quería sacar mi brazo con pulpo incluido. Ya me había percatado de la seriedad de la situación. Si no logro sacar el brazo a tiempo moriría. ¡Qué ha pasado! Yo estaba haciendo pesca submarina como muchos otros días, me hubiera ido a casa con el pulpo y hubiera cenado pulpo a la gallega, y ahora el único pensamiento en mi cabeza es que voy a morir. ¿Y qué pasa en estas situaciones extremas? exacto, entré en pánico. No se cuantas veces tiré y tiré, ni siquiera sentía el dolor, pero ese brazo, que casualmente pertenecía y sigue perteneciendo a mi cuerpo, estaba ahí, encastrado en el hueco de esa roca y me impedía salir a la superficie a respirar. ¡Eso es! Si no respiro moriré. Este era un nuevo pensamiento. El anterior era que si no saco el brazo moriré. Este nuevo pensamiento cambiaba de forma radical la manera de ver el problema. Moriré porque no puedo respirar, no porque tengo el brazo encastrado. Además, sin brazo se puede vivir, sin oxigeno no.
Así es, habéis acertado, pensé en cortar el brazo. Como he dicho antes, el nuevo concepto sobre la vida con oxígeno, cambio el planteamiento, hasta tal punto, que pensando como cortar el brazo que me separa del oxígeno vital, se disipo el pánico. Entonces, quizás por el estrés de la situación y por el aumento de CO2 en mi sangre, tuve una visión. Vi a mi brazo dentro del hueco de la roca y como cada vez que tiraba se hinchaban los músculos haciendo que se encajara mas en aquella fisura. La llamo así porque cade vez parecía que se estrechara más ese hueco.
Esta visión me hizo cambiar de estrategia. Lo que tengo que hacer es relajar los músculos y no tirar con el brazo si no con el cuerpo. No se cuanto tiempo llevaba luchando para sacar el brazo, pero seguro que había sobrepasado mi capacidad de tiempo de estar bajo el agua, ya que ese hambre de aire había desaparecido. Tenia el sentimiento que podría quedarme a vivir debajo del agua y respirar como los peces. Este sentimiento era tan real que me tranquilizó mucho más. Me permitió observar de nuevo mi brazo en aquella oquedad y me permitió planear mejor los movimientos y la posición de mi cuerpo para sacar aquel brazo que ya pensaba que le pertenecía al pulpo.
Os podéis imaginar que, si escribo esta historia, es que pude sacar el brazo del hueco, claro que sin pulpo. A la superficie subí sin prisas, feliz y eufórico, por eso cuando veo esas películas de tragicomedia bajo el agua aguantando la respiración hasta lo impensable y cuando llegan a la superficie inhalan el aire de toda una vida en una bocanada, me viene una sonrisa. Yo no cogí una de esas bocanadas de aire. Solo pensé, qué suerte he tenido.
Las heridas del brazo tardaron unas tres semanas en curarse. Era un día soleado de mayo, era sábado, serian las 10 de la mañana, buen momento para entretenerse un rato con los peces y la cuenta pendiente con el pulpo.
Ese pulpo se había convertido casi en una obsesión. Lo primero que hice al entrar al agua fue ir a buscar el pulpo. Curiosamente, me sorprendí a mi mismo haciendo la misma maniobra que la otra vez. Y si, ahí estaba el pulpo. Como la otra vez fue más rápido que yo en entrar al hueco. Pensé arponearlo y sacarlo de su guarida. Pero no se por que no lo hice. Creo que pensé, que si no lo pude sacara la otra vez poniendo mi vida en peligro, significa que ese pulpo debe de vivir.
En aquella época yo buceaba de tres a cuatro veces por semana, era chaval de bachiller, no tenia obligaciones y los estudios iban bien sin tener que esforzarme mucho. El fusil de pesca submarina lo había heredado de mi padre cuando él se compró uno de aire comprimido. Antes usaba un tridente con una goma a la mano. Los domingos acompañaba a mi padre en sus inmersiones, principalmente para que mi madre estuviera mas tranquila.
Las siguientes tres o cuatro veces que fui a hacer pesca submarina en ese sitio, vi el pulpo. Como las otras veces solo veía como se metía en su hueco. Seria la quinta vez después de lo sucedido, que se me olvido por completo el pulpo. Hice el mismo recorrido de siempre buscando en cada uno de los huecos donde casi siempre había pescado. Cuando salía ya del agua con la idea de volver a casa me acorde del pulpo. Dejé las capturas y el fusil en una roca y me volví para ver si veía el pulpo. Ni que decir tiene que en absoluto tenía la intención de capturarlo, solo quería verlo.
Baje y ahí estaba, me acerque a él y cuál fue mi sorpresa, el pulpo no se movió. Y me acercaba mas y más el pulpo seguía ahí. Estaba a la distancia del antebrazo que casi se queda en su guarida. Extendí la mano despacio para tocarlo y se escondió en un abrir y cerra de ojos. Cuando salí nuevamente del agua y vi mi fusil, pensé que el pulpo se percato de que no iba armado. Aquel día fue un caluroso y soleado viernes de abril. Volví al día siguiente, esta vez mi objetivo no era cazar peces sorprendidos por mi pericia, astucia y habilidad, sino para ver al pulpo. Así que fui intencionadamente sin fusil, sin boya, sin red. Solo las gafas, el tubo, las aletas y los plomos. Baje y lo vi, me acerque y no se movió. Yo tampoco. Así estuve hasta que tuve que subir para coger aire. Volví a bajar y seguía ahí. Creo que fue la cuarta inmersión cuando no lo volví a ver.
Al día siguiente, un domingo nublado, había incluso llovido. Volví a hacer lo mismo. No lo podía creer, estaba ahí. Yo no me atrevía a moverme para que no desapareciera. Sería la segunda o la tercera inmersión. De nuevo uno frente al otro y ocurrió algo insólito el pulpo vino hacia mí. Yo me asuste y me eché para atrás, luego extendí la mano y el pulpo vino hacia ella, note sus tentáculos, pero no hacían la misma succión que cuando agarras un pulpo. Me anime a acercar la otra mano para acariciarle, pero se asustó y se volvió a meter en su cueva hogar. Fue la ultima vez que lo vi.
Pensé que por mi culpa se habría confiado a otro cazador submarino y este lo habría capturado. Nunca sabre lo que le paso.
Un mes mas tarde, un amigo me pidió ayuda para colocar un muerto de fondeo de cara al verano que cada día estaba más cerca. Mi amigo era mayor que yo y tenía un supermistral con el que salía frecuentemente a navegar ( si el mismo tipo de velero con el que con el que Julio Villar dio la vuelta al mundo). Para colocar el fondeo había que bucear con botellas. Yo no había buceado nunca con lo que denominaban entonces escafandra autónoma, cosas de las traducciones de otros idiomas. Mi amigo me explico cómo funcionaba, lo que había que hacer y lo que no. Entonces esas botellas no llevaban nanómetro, si no una varilla que se accionaba cuando el respirar bajo el agua se volvía dificultoso, abriendo la denominada reserva como en las motocicletas. Aquella experiencia fue fascinante y me sentí como el día del pulpo con el brazo dentro de su casa, con la misma sensación de poder respirar bajo el agua. Pero aquello era real. Estaba respirando bajo el agua.
Cuando salimos del agua, le conté aquella experiencia y el me explico que cuando aumenta la concentración de CO2 hasta un cierto punto, desaparece esa necesidad de respirar, pero que se esta muy cerca de perder el conocimiento. Por ello le pedí de ir a bucear con las botellas a ver si encontrábamos el pulpo. Una semana después, un sábado soleado recogimos las botellas de la Cruz Roja del mar ya que tenían un compresor. Mi amigo y yo éramos voluntarios de la Roja del mar y fue donde nos conocimos.
Fuimos con el supermistral y fondeamos cerca de mi zona habitual de pesca submarina. Había marea alta. Preparamos todo y nos tiramos al agua. No vimos el pulpo, pero para mí se abrió un mundo nuevo. Cuevas que conocía de la pesca submarina, estaban llenas de peces y no se movían. No tenían miedo. Eso no lo había visto nunca cuando buceaba con el fusil en la mano. Ese día me cambio profundamente y marcó mi futuro.
Ya no volví a coger aquel fusil heredado de mi padre ni ninguno otro, aunque todavía lo conservo.