Os dejo aquì un retato añejo que me trae recuerdos....
Un abrazo
1ª parte
Diario de a bordo del Celeste, en su travesía por las islas Argo Sarónicas en el mar Egeo.
28 de abril de 2009 día de San Prudencio.
Empiezo hoy día 28 de abril a relatar este azaroso viaje que comenzó el día 25 de abril en Alimós, Atenas, donde despúes de aprovisionarnos en el supermercado del puerto, zarpamos rumbo a la isla de Egina. Allí aprendimos la primera palabra en griego: kalimera. Iñaki, el patrón se rió mucho pensando que era un nombre de mujer, al poco supimos que quiere decir buenos días.
Tras unas breves explicaciones sobre el funcionamiento del barco, a cargo de los empleados de Fylovent, la compañía que nos lo alquilaba, partimos en el Celeste, un Sun Odisey de 36 piés, casi nuevo tomando rumbo 248º. Navegamos con viento de través sin percances y en menos de tres horas iniciamos la aproximación al puerto de Egina, con bastante antelación sobre el horario que habíamos previsto. Tras ojear las posibilidades de amarre, el capitán se decidió por un hueco que había junto a un velero de bandera danesa. Amarramos de popa, con la ayuda de los simpáticos daneses. Había bastante viento y la verdad es que nos vino bien la asistencia de nuestros vecinos. La maniobra no fue del todo elegante, pero no había de ser el peor de nuestros amarrajes.
Eran casi las 19:00, preparamos la cena e invitamos a nuestros ayudantes a queso y vino blanco. Iñaki estubo charlando con uno de ellos. En mi escasísimo inglés entendí que estaba de vacaciones y que el barco era suyo. Al rato, un tipo de bigotes, suponemos que algún encargado de puerto, nos dijo que no había problema por amarrar donde estábamos durante un día y no habló para nada de cobrarnos. Esto me tranquilizó bastante porque acostumbrada a los puertos de nuestro mar, donde primero se pide permiso para amarrar y luego se va a capitanía con la documentación del barco y se paga, tenía la sensación, de la cual mi capitán se burlaba constantemente, de estar haciendo algo ilegal.
2ª Parte admirado público.....
Después de cenar dimos una vuelta por la ciudad, pequeña y pintoresca, con las casas de uno o dos pisos pintadas de colores y callejuelas estrechas atestadas de todo tipo de comercios. En el paseo marítimo, se disponían las tabernas que con sus terrazas cubiertas ocupaban prácticamente toda la acera y por la calzada circulaban airosas las calesas adornadas por flores y tiradas por caballos. Por supuesto me acordé de Markel, mi hijo pequeño y casi pude imaginar la emoción que le hubiera causado ver los carruajes.
El día 26 de abril lo pasamos entero en la isla de Egina. Segundo Domingo de Pascua. Las campanas de las numerosas iglesias comenzaron a repicar temprano llamando a los fieles a misa. No nos despertaron no obstante porque madrugamos bastante. Según la guía de las islas griegas que llevábamos y que por cierto, resultó ser bastante inexacta, la isla de Egina es pequeña, de apenas 8 km de lado por lo que pensamos que alquilar un par de bicicletas podía ser una buena opción para recorrerla. Nos dirigimos pues a un local donde alquilaban todo tipo de vehículos y que atendía una mujer rubia, de unos treinta años, que resultó ser polaca. Hablaba con soltura inglés, griego y francés, siempre me ha maravillado la facilidad para aprender idiomas de los polacos. La madre de un compañero de mi hijo pequeño es polaca y habla castellano sin ningún tipo de acento.
La joven, muy amable y profesional nos desaconsejó la bicicleta por ser la isla muy montañosa y nos ofreció un Panda amarillo que finalmente alquilamos por 30 euros el día.
Nuestra primera parada fue en el templo de Apolo, a las afueras de la ciudad de Egina. Mi primer templo griego. Me resulta difícil describir la emoción que sentí. Las ruinas eran escasas, se conservaban únicamente las trazas de las calles, los cimientos de las construcciones y una única columna en pié a la que faltaba el capitel. Sin embargo, la sensación de estar en un lugar que fue sagrado, donde mis admiradísimos aqueos adoraron al dios de la música, la filosofía y la medicina, sólo podría calificarse de cercana al éxtasis. Entre las ruinas, rodeadas de pinos y olivos, florecían las jaras, el romero y la lavanda. El cielo azul, el olor a bosque y la cálida temperatura me hicieron sentir por primera vez, aunque ya llevábamos varios días en el país, que por fin estaba en Grecia.
Un abrazo
1ª parte
Diario de a bordo del Celeste, en su travesía por las islas Argo Sarónicas en el mar Egeo.
28 de abril de 2009 día de San Prudencio.
Empiezo hoy día 28 de abril a relatar este azaroso viaje que comenzó el día 25 de abril en Alimós, Atenas, donde despúes de aprovisionarnos en el supermercado del puerto, zarpamos rumbo a la isla de Egina. Allí aprendimos la primera palabra en griego: kalimera. Iñaki, el patrón se rió mucho pensando que era un nombre de mujer, al poco supimos que quiere decir buenos días.
Tras unas breves explicaciones sobre el funcionamiento del barco, a cargo de los empleados de Fylovent, la compañía que nos lo alquilaba, partimos en el Celeste, un Sun Odisey de 36 piés, casi nuevo tomando rumbo 248º. Navegamos con viento de través sin percances y en menos de tres horas iniciamos la aproximación al puerto de Egina, con bastante antelación sobre el horario que habíamos previsto. Tras ojear las posibilidades de amarre, el capitán se decidió por un hueco que había junto a un velero de bandera danesa. Amarramos de popa, con la ayuda de los simpáticos daneses. Había bastante viento y la verdad es que nos vino bien la asistencia de nuestros vecinos. La maniobra no fue del todo elegante, pero no había de ser el peor de nuestros amarrajes.
Eran casi las 19:00, preparamos la cena e invitamos a nuestros ayudantes a queso y vino blanco. Iñaki estubo charlando con uno de ellos. En mi escasísimo inglés entendí que estaba de vacaciones y que el barco era suyo. Al rato, un tipo de bigotes, suponemos que algún encargado de puerto, nos dijo que no había problema por amarrar donde estábamos durante un día y no habló para nada de cobrarnos. Esto me tranquilizó bastante porque acostumbrada a los puertos de nuestro mar, donde primero se pide permiso para amarrar y luego se va a capitanía con la documentación del barco y se paga, tenía la sensación, de la cual mi capitán se burlaba constantemente, de estar haciendo algo ilegal.
2ª Parte admirado público.....
Después de cenar dimos una vuelta por la ciudad, pequeña y pintoresca, con las casas de uno o dos pisos pintadas de colores y callejuelas estrechas atestadas de todo tipo de comercios. En el paseo marítimo, se disponían las tabernas que con sus terrazas cubiertas ocupaban prácticamente toda la acera y por la calzada circulaban airosas las calesas adornadas por flores y tiradas por caballos. Por supuesto me acordé de Markel, mi hijo pequeño y casi pude imaginar la emoción que le hubiera causado ver los carruajes.
El día 26 de abril lo pasamos entero en la isla de Egina. Segundo Domingo de Pascua. Las campanas de las numerosas iglesias comenzaron a repicar temprano llamando a los fieles a misa. No nos despertaron no obstante porque madrugamos bastante. Según la guía de las islas griegas que llevábamos y que por cierto, resultó ser bastante inexacta, la isla de Egina es pequeña, de apenas 8 km de lado por lo que pensamos que alquilar un par de bicicletas podía ser una buena opción para recorrerla. Nos dirigimos pues a un local donde alquilaban todo tipo de vehículos y que atendía una mujer rubia, de unos treinta años, que resultó ser polaca. Hablaba con soltura inglés, griego y francés, siempre me ha maravillado la facilidad para aprender idiomas de los polacos. La madre de un compañero de mi hijo pequeño es polaca y habla castellano sin ningún tipo de acento.
La joven, muy amable y profesional nos desaconsejó la bicicleta por ser la isla muy montañosa y nos ofreció un Panda amarillo que finalmente alquilamos por 30 euros el día.
Nuestra primera parada fue en el templo de Apolo, a las afueras de la ciudad de Egina. Mi primer templo griego. Me resulta difícil describir la emoción que sentí. Las ruinas eran escasas, se conservaban únicamente las trazas de las calles, los cimientos de las construcciones y una única columna en pié a la que faltaba el capitel. Sin embargo, la sensación de estar en un lugar que fue sagrado, donde mis admiradísimos aqueos adoraron al dios de la música, la filosofía y la medicina, sólo podría calificarse de cercana al éxtasis. Entre las ruinas, rodeadas de pinos y olivos, florecían las jaras, el romero y la lavanda. El cielo azul, el olor a bosque y la cálida temperatura me hicieron sentir por primera vez, aunque ya llevábamos varios días en el país, que por fin estaba en Grecia.