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Este año 2021 recién estrenado, comienza para mí con mucho mejor pie que el pasado año y aunque no haya acontecido ninguna desgarradora historia de la mar, ni grandes navegaciones en este arranque del nuevo año, si que tengo para contar una pequeña historia épica de lucha por la vida, en la que el mar, lo presiento, desempeñará un papel importante.
Este es uno de esos aconteceres que te sorprenden, de esos que te dejan una marca imperecedera de esperanza, de esas pequeñas historias que te hacen creer en que hay gente con valores, incluso muy por encima de los tuyos.
Por preservar la intimidad me presto a no divulgar los auténticos nombres de los protagonistas, lo cual tampoco tiene gran relevancia.
Antonio llevaba un tiempo siguiendo mis pasos en mis idas y venidas por el golfo de Cádiz y por fin, una tarde en Sevilla, nos encontramos. Tras los primeros cambios de impresiones, me percaté al instante que tenía en mí presencia, una de esas personas que no te dejan indiferente y cuando grosso modo conocí su historia reciente, tuve el presentimiento de algunos cambios en mis percepciones personales que trascenderían más allá de conceptos existenciales circunscritos a mi entorno cercano y que te recuerdan lo efímeras y precarias que son nuestras vidas.
Antonio me contaba, cómo el verano pasado, en una playa gaditana, trataba de mejorar la movilidad de su anciano padre ayudándolo a darse unos baños de mar, hasta que reparó en dos señoras de las que una de ellas, también con problemas de movilidad, necesitaba de su ayuda para desatascar la silla de ruedas trabada en la arena. Cuando se acercó quedó sorprendido al descubrir la postración de una mujer a un paso de la madurez, escondida en si misma, estando sin querer estar, con un desánimo antinatural, como esperando impasible que la parca se la llevara.
Impresionado por la belleza de sus ojos verdes, según me confesó Antonio y en un arranque de atrevimiento, la dijo al oído para que no lo oyera la cuidadora y las personas que estaban a su alrededor “A que esperas para sanar tu alma”
Esa frase según expresó posteriormente Ana, a la que tres años antes la habían diagnosticado ELA, fue como accionar un interruptor, lo que la hizo encender en su interior una luz a esperanza
Antonio, vinculado desde hace años a la ortodoxia medica vigente, la misma que no hacía mucho ya había desahuciado a la muchacha, es también ferviente defensor de otros alternativos modos de curación, en los que la mente y la ilusión por la vida tienen mucho que decir.
Este hombre, en el corto periodo de menos de un año ha conseguido que Ana haya recuperado las ganas de vivir y no solo eso, de verse confinada en una silla de ruedas sin movilidad, a mantenerse en pie y dar unos pasitos con la inestimable ayuda de Antonio, además de lograr modular la voz, recuperando parcialmente el habla.
Todo ello, porque mi amigo, ha sido capaz, con enorme paciencia y cariño, ilusionar a Ana con historias de la mar, con relatos de cuando anteriormente navegaba en su propio velero, transmitiendola esa sensación de libertar que aún atesora el ancho mar y con el no menos ilusionado propósito de hacerse con otro velero adaptándolo a la discapacidad de la chica, para navegar juntos y hacerla vivir con entusiasmo esas sensaciones en su propia piel, ayudándola a mitigar y retrasar todo lo posible su deterioro funcional.
Pero esta historia de abnegación quedaría a medias si no fuera por mi propia vivencia, la cual quiero compartir, desde un punto de vista ajeno.
Hace un par de días Antonio me propuso navegar con Ana en el Bahía de las Islas, para que experimentase en propia persona, esas sensaciones, que llevaba tiempo transmitiendola. En buena lógica, sin pensármelo dos veces acepté el reto de cumplir la ilusión de ambos por sentirse a flote, aunque solo fuese un corto periodo de tiempo.
Determinamos el día y puntualmente allí se presentaron en el puerto que acordamos, Antonio empujando la silla de ruedas con Ana bien abrigada, expectante a su nueva experiencia, silenciosa, inmóvil, con la sonrisa reflejada en la cara cuando me la presentó y esos ojos verdes de largas pestañas y mirada lánguida que también a mí me deslumbraron.
Estas situaciones me superan un poco, a pesar de que no haya sido la primera vez que que he tenido contacto con personas afectadas por tan ignominiosa enfermedad degenerativa.
El primer inconveniente que afrontar, era subir a Ana al barco, sin ninguna adaptación previa desde su silla de ruedas, pero con la actitud de Antonio, en todo momento tranquilizadora me dejé ir. Afortunadamente el Bahía tiene puerta entre los candeleros laterales lo que facilitaba poder sentarla en la regala, para seguidamente incorporarla subiéndola a pulso y con torpes pasitos recorrer el pasillo hasta la bañera donde la instalamos con unos cojines.
En esos momentos me vino a la mente aquella célebre frase cuando se pisó la Luna por primera vez, "Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad" aquí puedo afirmar “ Unos pequeños pasos para una mujer, un gran salto para luchar contra su enfermedad”
Ana en su postración se la veía feliz, expectante ante la nueva experiencia por hacerse a la mar en un velero y en aquellas circunstancias. Dado el primer paso, de nuevo otra pequeña prueba para introducirla en el interior y sentarla en el sofá de la cámara, con su sonrisa como único estímulo de aceptación y participación, comimos y sin demora soltamos amarras para dar tan deseado paseo.
Ana, observaba atentamente discurrir la cercana costa, sin más movimientos autónomos que ligeras rotaciones de cabeza a un lado y otro para no perderse detalle o confirmar su confort cuando Antonio se interesaba por su bienestar. Imaginé por un momento qué pasaba por la mente de la chica, cuando percibí que de sus bellos ojos verdes escaparon unas lágrimas de emoción, acto del que Antonio no fue ajeno, lo que provocó que a él también se humedecieran los suyos, colmado de cariño hacia la desvalida mujer, incluso yo tuve que centrar mi atención en la navegación, como si hiciera algo importante, para no sucumbir al embrujo de la emoción reinante.
En menos de dos horas estábamos retornando al puerto, contentos, por el sueño cumplido, pero de nuevo a la realidad de la precariedad para el desembarco. Antonio se le notaba más feliz incluso que antes de partir por la asignatura aprobada y de nuevo con mucho mimo, la depositamos en la silla de ruedas y vuelta a la cruda realidad de la postración.
Después de la marcha de mis amigos, el bajón, cuando te pones a pensar qué injusta e ingrata es la vida, por eso y por otras varias razones, desde tiempos atrás, llevo por bandera, Carpe Diem, porque si dejes para mañana quizás no puedas volver a disfrutar las pequeñas historias de la vida.
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El mejor puerto donde recalar es la amistad de un buen amigo