Sada a Bilbao
En las primeras horas de la tarde del domingo día 15 de diciembre, llega mi amigo Gonzalo (Bugasmagubas en el foro) procedente de Laredo, comemos y nos disponemos a salir para Asturias, aunque no está claro si pasaremos noche en Cedeira, para continuar al día siguiente, lo veremos sobre la marcha.
A las 16h soltamos amarras, el día está nuboso pero sin lluvia, la previsión de viento del suroeste para las primeras horas. Incluso en el interior de la ría de Ares la mar es considerable y fuera por el través de cabo Prioriño, en la entrada a la ría de Ferrol las olas atlánticas rondan los cinco metros y de entrar en Cedeira nada de nada, pongo proa a mar abierto para evitar las zonas de bajos cerca de la costa, ya que con esa mar hay rompientes que se observan a una distancia de un par de millas. Fuera de la ría entra el esperado viento del Suroeste, atangonamos a orejas de burro y navegamos rápido al noreste con un rizo a la mayor y un viento de unos 18kt, dando resguardo de unas cinco millas a la costa.
Se hace de noche cerca de Ortegal, del que distamos cuatro millas, seguimos navegando bien, la mar ha bajado un poco y el viento también y como siempre rolando en torno a los cabos, lo que nos beneficia para seguir navegando a orejas de burro, aunque no por mucho tiempo porque en la ensenada de Hortigueira, con las luces de Cariño a la vista, el viento rola al sur, lo que nos hace modificar la maniobra del foque desatangonándolo y navegando al través.
A media noche, poco después de haber dejado la Estaca de Bares por popa, el viento mengua rápidamente y hemos de arrancar el motor, al menos hemos navegado a vela seis horas, pero la ausencia de viento nos trae la lluvia y aunque no es demasiado intensa si lo suficiente para incomodarnos en las guardias que nos turnamos sin un horario preestablecido.
Amanece cuando sobrepasamos el través de Luarca, la lluvia sigue persistente y la visibilidad no es muy buena, aunque no hay demasiada actividad en la mar, algunos mercantes vemos en el AIS y pesqueros pocos, estas condiciones de navegación no son muy agradables pero no siempre los elementos han de ser propicios. A medio día sobrepasamos cabo Peñas en medio de la bruma, muy atentos a las artes de pesca que habitualmente jalonan el cabo, pero a pesar de las fechas, la mala mar reinante días atrás e incluso hoy mismo, ha disuadido a muchos profesionales de hacerse a la mar.
Esperábamos encontrar menos altura de olas en el lado este de Peñas cuando enfilamos hacia Luanco, pero no ha sido así, incluso los trenes de olas, que ahora llevamos de popa, son algo más crecidas y a medida que nos aproximamos al rompeolas de Luanco me percato que la recalada no va a ser sencilla, sobre todo cuando un par de olas que nos preceden se han levantado considerablemente. Miro atrás continuamente y parece que no nos persiguen olas grandes, subo de revoluciones el motor para sobrepasar el rompeolas cuanto antes, pero cerca de la punta una ola que parece surgida de la nada comienza a levantarse, el Bahía de las Islas coge impulso surfeando a gran velocidad, me mantengo muy atento timoneando cuidando que el barco no se me atraviese, meto el motor a fondo para tener mejor control en la estrechez de la bocana y la sobrepaso sin más inconvenientes que las pulsaciones del corazón alteradas y el susto en el cuerpo, porque un error de pilotaje nos pudiera haber costado caro. Ahora sé que con una mar de cuatro metros, con media marea, no se me ocurrirá jamás entrar en Luanco.
Por la tarde los amigos asturianos se acercan a saludarnos, contamos las vicisitudes de la navegación en torno a unas botellas de sidra, unas tapas de calamares y sardinillas. No alargamos demasiado la velada a pesar de lo a gusto que nos sentimos, pero he de preparar comida para no tener que hacerlo navegando y acostarnos pronto.
Nos levantamos temprano, aunque no dejamos el amarre hasta que el día no es claro, enseguida comprobamos que la mar no tiene nada que ver con la de ayer y el viento del oeste nos alegra la mañana, no tardando en ponernos a navegar a vela, de nuevo a orejas de burro, muy contentos, además de madrugada ha parado de llover, venía haciéndolo ininterrumpidamente durante más de veinticuatro horas.
Pero como es sabido, las alegrías en la mar en periodos invernales suelen ser efímeras, a la altura de Lastres, a cuatro horas de la salida, el viento desaparece volviendo de nuevo al motor y para complicar más la navegación, el piloto comienza a hacer cosas raras y con Ribadesella por el través deja de llevar el rumbo, hemos de timonear a mano así que, para no hacer tediosa la navegación acordamos hacer guardias de una hora.
En la divisoria entre Asturias y Cantabria, con las rías Tinas a la vista, cae la noche, el viento sigue ausente y la mar de fondo, entre dos y tres metros apenas nos importunan, distraemos el tedio con continuas charlas y una frugal cena. Los faros de Suances y poco después el de cabo Mayor en Santander, animan la noche estrellada y cuando divisamos las ocultaciones de cabo Ajo como quien dice estamos en casa, porque recalaremos en Laredo, donde dejaré a Gonzalo.
Aún tienen que pasar unas horas para sentir que realmente la timoneada se acaba cuando doblamos el faro del Pescador, sito en el espectacular promontorio del monte Buciero, tenuemente iluminado por la aparición en el horizonte de la luna en cuarto menguante. Pronto cruzamos la dársena de Santoña entrando en la marina de Laredo, para amarrar en el pantalán aledaño donde se encuentra el Hobbit, de Gonzalo, a las dos de la mañana y ya la última etapa la realizaré en solitario, para mañana se prevén vientos moderados del sur, pero bien sabemos quienes conocemos estas aguas que los sures son imprevisibles y hay que temerlos.
A las nueve horas me despido de mi amigo y pongo proa a Bilbao, como no tengo piloto y en previsión de repentinos vientos, no izo la mayor, despliego el foque cuando la brisa comienza a entrar de través con fuerza. Para poder maniobrar he amarrado la caña con un elástico, con lo que tengo tiempo en hacer cualquier cosa antes de que el barco se salga demasiado de rumbo. Al paso por la ría de Oriñon ya entran rachas cercanas a los treinta nudos, con solo el foque el Bahía va lanzado por encima de los ocho nudos, pero nada más pasar la dársena por la que se acanala el viento éste desaparece, recojo el foque y vuelta al empuje del diesel.
Al alcanzar Castro Urdiales, el viento reaparece pero ni me molesto en desenrollar el foque, porque en la lejanía de unas millas intuyo lo que mi experiencia me hacía suponer, veo la mar blanca, originada por el viento al acanalarse por el valle de Somorrostro. Recuerdo las desagradables experiencias de los sures, cuando habitualmente, años atrás navegaba por estas aguas.
Alcanzo el lugar en media hora y pronto las rachas alcanzan los cuarenta nudos, el oleaje rompe con intensidad contra el través del casco, yo refugiado bajo la capota y el elástico amarrado a la rueda hace las funciones de piloto airosamente, pero lo realmente duro estaba por llegar cuando alcanzo la entrada al puerto bilbaíno, ya de lejos percibo rachas aún más fuertes y la superficie del agua blanca con espumarajos que se lleva el viento, no es para menos ya que superan en continuas ocasiones los cincuenta nudos, y el Bahía navega a seis nudos con una escora cercana a los veintiún grados, ángulo límite, según el manual de Volvo, que no debe sobrepasarse con el motor en marcha.
En las rachas más fuertes orzo para reducir escora y en esta tesitura entro sin problemas al interior del puerto donde el viento es más manejable y ya sin el problema que anteriormente tenía con la reductora, amarro en el pantalán asignado sin ningún problema, con la magnífica ayuda del comité de bienvenida de mis amigos navegantes que han seguido por internet mi aproximación a puerto.
Y el crucerito otoñal lo doy por concluido, ya solo me queda desmontar el piloto y llevarlo a que me cambien los retenes del pistón hidráulico, por donde ha perdido el fluido, volver a montarlo y dar por concluida la navegación de este año, con un balance total de 5.079 millas.
Ahora por Euskadi, tres meses de cruceros esporádicos y alguna pachanguita regatera con la vieja guardia, velando armas hasta el nuevo crucero primaveral hacia las calidas aguas mediterráneas y pergeñando nuevos proyectos a más largo plazo.
Bugasmagubas bien pertrechado para lo que nos espera
El paso por Peñas dando un buen rodeo a las peligrosas restingas del cabo
El Buciero de buena mañana
La entrada el el puerto de Bilbao para no olvidar
Tampoco olvidaré el recibimiento de mis amigos navegantes de Getxo
Hasta la próxima