Pues ahí va...
Exactamente a las ocho de la tarde estamos esperando los dos frente a la entrada del náutico, mientras, medio en broma medio en serio, comentamos como afrontar la entrevista. De lo que sí estoy seguro es que no voy a rebajar el precio que he puesto al barco, más de lo que tengo pensado.
Pasados unos minutos de la hora acordada, aparece un coche negro de alta gama del que baja, del puesto del conductor, un señor impecablemente vestido, rodea el auto para abrir la puerta contraria. Nosotros permanecemos expectantes por conocer finalmente al presunto comprador.
Con la ayuda del conductor desciende del auto el señor bajito y ciego, al que esperamos, no hubiera sabido definir su edad, pongámosle en torno a los 40 años, sin los rasgos propios de la acondroplasia, bien trajeado eso sí, pero… ¡Si encima es cojo!
Los dos quedamos atónitos cuando vemos que el hombrecito camina con la pierna derecha rígida como un palo. Vaya novillada que me aguarda, pienso.
-¿Éste quiere comprarte el barco?, dice mi amigo,
- Oye, Roberto, ¿no estará gastándome alguien una broma? - Mi amigo calla y observa tan alucinado como yo, miramos un poco de soslayo alrededor y por fin nos acercamos.
- Hola, soy Angel, eres Paco ¿no?
- Hola, éste es mi acompañante, Daniel.
Presento a Roberto y tras los saludos de rigor, los cuatro nos dirigimos a los pantalanes de la marina, con paso parsimonioso, porque la incapacidad de mi presunto cliente no da para muchos galopes, siempre de la mano de su lazarillo.
- ¿Sorprendido de que quiera comprarte el barco?
- Pues no te voy a engañar, sí, estoy un poco extrañado de que te intereses por un velero.
- Yo conozco la navegación a vela y poseo una motora en el otro puerto - dice con orgullo.
Continuamos con calma, mientras Paco sigue formulando todo tipo de preguntas acerca del estado del velero, pero siempre entorno a las comodidades y nada o casi nada con respecto al estado de los elementos puramente náuticos.
Por fin llegamos al destino, le anuncio que estamos frente al barco.
- ¿Qué te parece Daniel? - Pregunta el hombrecillo.
- Hombre, yo no entiendo de barcos, pero tiene un buen aspecto - contesta el comparsa que hasta ahora no había abierto la boca.
- Subamos a bordo - dice nuestro personaje, siempre llevando la voz cantante y apoyándose con aspavientos de superioridad arbitraria.
Al principio intenta encaramarse agarrando el guardamancebos inferior, como dominando la situación, pero su escasa estatura (no creo que pase del metro y con tacones, a pesar del uno diez que se atribuye) no le da para superar el francobordo. Al final entre su ayudante y Roberto lo izan a bordo como si se tratase de un chiquillo, aunque su pierna rígida es un impedimento, trabándose con el cable, no queriendo pasar por encima. Todo un espectáculo sólo para subir al barco y ante tal situación me cuesta mantener un discreto gesto serio.
Finalmente ayudado por todos, lo depositamos en bañera, pero, eso sí, no pierde la compostura de su gallarda figura.
- Parece sólido - dice a la vez que golpea la cubierta de teca con la pierna buena.
- Aquí está la rueda del timón, le indica Roberto, para que examine el cuero que la recubre. Por mi parte, continúo explicando otros aspectos de la maniobra en cubierta, pero ahora constato, que la sensación del otro día al teléfono no eran apreciaciones subjetivas, realmente no hace ni puñetero caso cuando le hablamos, se comporta muy maleducadamente, como un chiquillo y estoy empezando a perder la paciencia.
Mientras toca aquí y allá, no para de hablar de manera presuntuosa, de repetir que necesita un barco confortable donde sentirse seguro. Me pregunto de dónde ha salido este personaje que parece fugado de un teatro de teleñecos en el papel de malo
Ahora mis pensamientos, se centran en cómo vamos a conseguir meterlo en la cabina, empezando a dejar de lado afectivas consideraciones, ya he tenido bastante con el numerito de la subida a bordo. Se me está ocurriendo malévolamente… Que a lo mejor amarrándolo con la driza de mayor y colgándolo como un chorizo, sería un buen seguro para que no se me rompa la crisma.
- ¿Se puede entrar en la cámara, supongo?
- Por supuesto - respondo con fingida atención, lejos de imaginar lo que pienso.
Sin esperar a nadie, me adelanto por si al descender la escalera se me despatarra, solo falta que tenga un accidente para que el cuadro sea completo. Con menos dificultades de las previstas lo metemos dentro.
Bajar la escalerilla sin trompicarse ya es un punto favorable, en la calidad del velero, según él.
- La bajada es fácil, ¿qué aspecto tiene la cámara Daniel?
- Yo no había estado nunca en un velero, pero se ve todo ordenado y bien cuidado - responde el lazarillo, manteniendo estoicamente una circunspecta compostura al servicio del hombrecito.
- Yo he navegado en un Etap, me da mucha seguridad que sea insumergible, son los mejores barcos, se explica, con gestos burlones y sentando cátedra por las excelencias de ese astillero.
- Hombre, son conceptos totalmente diferentes, esos barcos tienen la ventaja de que en teoría no se hunden, pero un gran inconveniente, porque con la misma eslora, la capacidad interior se reduce considerablemente, debido al volumen de espuma expandida que le da la flotabilidad. Luego, depende del tipo de navegación a que se vaya a destinar el barco.
- ¡El velero lo quiero para ir a Japón navegando! - dice categóricamente.
Instantáneamente, Roberto y yo nos miramos y a duras penas reprimimos una carcajada; lo que acabo de escuchar colma toda mi capacidad de asombro, a las tres deficiencias físicas hay que sumarle que está como una cabra. ¡A Japón que nos quiere ir el muy gallo!, seguro que alguien le ha contado algo sobre las gloriosas geishas, vaya, vaya…
- Bueno eso es mucho navegar, le respondo. - Para una cosa así hay que hacer algunas mejoras, sustituir toda la jarcia, un repaso a fondo, formar una tripulación. Te aseguro que ese viaje son palabras mayores, aunque con peores barcos se han dado vueltas al mundo.
- Ya tengo una capitana, que navega muy bien - se jacta mientras continúa tocándolo todo con sus manitas pequeñas y regordetas insistiendo en las excelencias de los Etap y sacando pecho con su plan de navegar hasta Japón.
Por mi parte estoy perplejo, no me quito la idea de que nos están gastando una broma, no puede ser verdad que alguien con tales deficiencias físicas quiera comprar un barco y se comporte de la forma provocativa que lo hace este hombre. Discretamente, de vez en cuando examino a Daniel, que permanece imperturbablemente silencioso, por si lleva alguna cámara oculta.
- ¿El precio? ¿Ya lo has pensado mejor?
- No tengo nada que pensar, lo tengo decidido desde que lo puse a la venta, la única opción a particulares es una rebaja del cinco por ciento y de ahí no muevo un euro.
- Te hago una oferta que no vas a poder rechazar, me desafía, - tasamos mi barco y el resto te pago en dinero negro, ¿estás de acuerdo?
Mi capacidad de asombro ya está al límite, termino por incomodarme con el fulano, con semejante oferta no se si echarme a reír o echarlo a patadas. Mejor optar por la primera.
- ¡¿Que me estás diciendo?! ¿No estarás tomándome el pelo tú ahora? Ni hablar, el precio es el que tiene, ¿para qué carajo quiero yo una motora?
A partir de este momento soy yo quien toma un aire de presunción, quiero cortar de una vez el asunto, desde su comienzo, este despropósito, ha tomado tintes kafkianos y ya va siendo hora de acabar con este sinsentido.
Paco sigue en sus trece enredando e intentando que me quede con su motora, yo en los míos, no llegamos a ningún acercamiento en las posturas y como los invidentes, supongo, tienen un don especial para captar cuando están mordiendo en hueso, opta por la retirada.
- Bueno, cuando rebajes el precio ya tienes mi teléfono.
- Pues tú también tienes el mío, si no encuentras el Etap de tus sueños.
Nuevos malabarismos para bajar del barco, pero como la lección en el manejo del enano ya está aprendida, en un plis-plas sin demasiadas consideraciones lo depositamos en el pantalán indemne, nos despedimos no muy cordialmente y cuando quedamos solos, Rafa y yo explotamos en una carcajada, comentando entre risas la alucinante entrevista.
- ¡¡Y a Japón que se nos quiere ir con su capitana, el muy gallo!!
No volví a tener más noticias del figura. Si fue una broma, o una cámara oculta, no debí dar la nota lo suficiente, porque no hubo indicios de guasa a posteriori y nadie hizo referencia al asunto.
Un par de semanas después el barco se vendió con total normalidad y la historia casi pasó al olvido.
En un lugar del País Vasco en 2002
Salud